A un par de meses de cumplir mis 40 años y viviendo un caos mundial, siento que es el momento perfecto para hacer una reflexión de vida. Recuerdo que desde pequeña, me definí como una persona insegura en muchos aspectos, casi siempre soñaba con encontrarme en situaciones en la que pudiera sentirme útil y que mis esfuerzos pudieran ser percibidos y valorados por mis padres.
Unos pocos años después, me encontré en lo que hasta este momento de mi vida, ha sido lo más doloroso que he vivido, sufrí la partida de mi madre a mis 13 años; nuestra separación fue solo por un tiempo gracias a Dios, para ser exacta fueron 18 años; durante esos años pasaron cientos de historias y situaciones que me hacían recordarla e inconscientemente trataba de resolver los problemas de la forma que ella lo hubiera hecho, con valentía determinación y sobre todo con espíritu de servicio, con solo 13 años asumí muchas responsabilidades y de verdad que lo hice de la mejor forma posible.
Mi madre es una mujer sin preparación académica, aprendió a escribir a sus 45 años y lo hizo por la necesidad de enviarnos cartas mientras estaba lejos, pero es tan inteligente que no dudo que si hubiera nacido en otras condiciones, sería la primera mujer astronauta, pionera de la radiactividad o la diseñadora más exitosa de mega construcciones mundiales, su ingenio y creatividad son innegables ante quienes la conocen, sin dejar a un lado sus manos mágicas para la cocina, para la costura, para curar dolencias, para cultivar plantas de todo tipo y un sinfín de cosas que solo ella puede hacer de tal manera.
No me alcanzarían mil páginas para escribir detalladamente lo que me dolía estar sin ella y cuantas veces la extrañé, como en el momento de cumplir mis 15 años, mi graduación de bachiller y después la graduación de la Universidad y así tantos momentos en deseé tenerla conmigo.
Mi madre regresó a casa cuando yo tenía 32 años y desde entonces me he dedicado a tratar de “superar” de “entender” tantas cosas que años atrás nunca había analizado, como por ejemplo porqué yo no pude disfrutarla en esos años que son cruciales en la vida de una niña, de una mujer. Siempre me he preguntado si ella hubiera estado a mi lado ¿Tendría que haber afrontado tantas responsabilidades que no me correspondían?, ¿Hubiera cometido tantos errores que hice? Pero, como el “hubiera” no existe, pues no me queda más que dar gracias a Dios por esa experiencia de vida que hizo que su ausencia me doliera, pero a la vez ese dolor me hizo fuerte, responsable y abnegada.
Ahora veo hacia atrás y disfruto hablar con ella, contarle cada detalle de mis anécdotas y escuchar con atención su historia de esos años. Mi vida ha sido totalmente diferente a la que ella vivió, pues siendo una mujer con tan pocos recursos pudo hacer que mi hermano y yo nos convirtiéramos en profesionales y personas de bien, me enseñó que todos podemos levantarnos de las caídas, que no hay imposibles si existen aspiraciones y que la determinación es la diferencia entre quien lo logra y quien no; que servir a otros te puede hacer muy feliz, que en la adversidad es donde salen las mejores ideas y sobre todo, que lo único prohibido es rendirse.
Ahora a mis 39 años, vivo tratando de ser quien quiero ser, lucho por abandonar mis miedos y eso rompe las grandes las barreras con las que siempre luché; me siento más feliz que hace 10 años y sí estoy convencida que llegaré a mis 50 años expresando lo mismo. Confieso que me hace feliz que mi madre tiene iniciativa propia, no hay que decirle que haga las cosas, si hay algo que no sabe siempre crea, inventa y experimenta hasta que lo descubre; mi madre es mi fuente de inspiración, porque tiene la capacidad para asumir las consecuencias de sus actos. De ella heredé a arriesgar lo cierto por lo incierto para ir detrás de un sueño, de ella aprendí que la creatividad hace divertidas las situaciones más adversas, que la integridad no es de las personas que no han cometido errores sino de quien ha sabido reconocerlos y enmendarlos; y que el éxito no lo da un título sino la felicidad de tener a tu lado a quienes te provocan ser feliz. Sin duda madre ¡Tu ausencia me enseñó a vivir!
Escrito por: Carmen de Herrera.