«Construyendo juntas».

Hay dos funciones naturales en el ser humano: Sentir y pensar; ambas son funciones biológicas que encuentran su base en el cerebro, por lo que nuestra actuación como personas, está definida por cómo nos sentimos y en qué pensamos, estos dos procesos se activan desde la corteza cerebral ante la exposición al ambiente que nos rodea; entonces la pregunta que surge es: ¿Qué hace que algunas mujeres sintamos y pensemos de una manera u otra? Tomando en consideración que muchas veces estamos ante un mismo estímulo del entorno.

 

Antes de responder a esta interrogante, realicemos una mirada a la construcción social de nuestro “Ser mujer, de lo femenino”; cada una de nosotras hemos sido formada de acuerdo al marco de creencias y paradigmas de cada una de las familias donde crecimos y de otros agentes educadores como la iglesia (ausente o presente), la comunidad, la educación básica y superior, el entorno en el que crecimos, entre otros; es justamente allí, donde aprendemos a creer en ciertas ideas de las que, de no ser cuestionadas, seguirán siendo parte de nuestra actuación en toda nuestra vida y esto casi responde a nuestra interrogante inicial, así por ejemplo: Si una mujer “cree” que debe casarse para ser feliz, cuando se encuentra en una situación en la que el divorcio es una salida saludable, puede resistirse pensando que no será feliz; este es solo un ejemplo, la clave en esta idea es que podamos observar que la conclusión racional a la que llega esta mujer, la lleva a experimentar un sentimiento que no la deja actuar en favor de sí misma, es decir, es capaz de abandonar su protección antes que renunciar a ese sentimiento de felicidad que según su razón viene de la idea de “estar casada”.

 

En este sentido, la reflexión es una práctica muy importante que debemos realizar no solo basada en la razón (de las ideas que creemos) tampoco solo en lo que sentimos (podría alejarnos de nosotras mismas) sino, con una apertura genuina hacia la interiorización, con una mirada sensible y sin juicios hacia nuestras propias actuaciones; es entonces, un ejercicio de mucha utilidad darnos un espacio para la auto observación y reflexión, para ser conscientes de estas ideas (de las útiles y de las no útiles) de lo que sentimos, y sobre estar consciente de todo de lo que nos construye y de lo que nos destruye.

 

Cuando hacemos este viaje hacia nuestra propia vida, seguramente nos encontraremos con situaciones poco agradables y con algunas muy placenteras, ambas nos definen, por lo que ignorarlas no es buena idea, hagamos el ejercicio: Si al observarme noto, que a lo largo de mi vida he tenido algunas dificultades para establecer relaciones saludables con personas que representan figuras de autoridad (Teniendo dependencia, permisividad y agresión; siendo aspectos no saludables en una relación), entonces debo preguntarme: ¿A qué le temo? ¿Qué impide que me pueda relacionar con estas personas sin actuar a la defensiva con ellas o sin ser permisiva?

 

Todas estas preguntas tienen respuesta dentro de cada una de nosotras, el mejor psicólogo o psicóloga somos nosotras mismas, porque podemos ver de primera mano las señales o los “síntomas” pero al no hacer ejercicios de reflexión no somos conscientes de ello y los ignoramos, como una forma de auto protegernos, sin embargo, lejos de protegernos nos involucra en líos, algunos tienen que ver con la relaciones de pareja, otros con relaciones laborales, otros con relaciones con los hijos e hijas y otros en relaciones de negocio; ciertamente cualquiera que sea, no nos deja en paz y están allí, nos hace sentir culpa,  vergüenza, frustración entre otros sentimientos, poco constructivos y en la medida que nuestro sistema de creencias esté arraigado al sufrimiento, mayor será este, restando felicidad y bienestar en nuestra vida.

 

Ahora nos preguntamos: ¿El sentido de la vida es ser feliz?, seguramente coincidiremos que la felicidad es un estado al que aspiramos de manera recurrente, pero que no es una meta, es parte del camino y que podemos experimentarlo muchas veces; lo que ahora debemos tener claro es que este estado de felicidad o bienestar no depende de las circunstancias de fuera, sino de la forma en que gestionemos nuestra forma de pensar y sentir, es esto lo que define cómo actuamos ante las circunstancias, si sentimos culpa actuaremos desde el amor propio herido, y como consecuencia vamos a defendernos en vez de sumarnos a las demás.

 

Muchas de nosotras hemos descubierto que el motivo en nuestra vida es crear nuestra propia familia o disfrutar de la que se nos dio cuando nacimos, crear empresas, crear espacios de trabajo para otras personas, viajar, expandirme, crear soluciones a demandas identificadas, entre otros motivos; tú conoces el tuyo, eso por lo que tus ojos brillan y tu corazón se exalta, eso es tu motivo y algunas veces ese gran motivo de vida se ve obstaculizado por tus actuaciones, producto de creencias y emociones arraigadas, no transformadas; es por esta razón que juzgar a la que se divorcia, a la que no tiene hijos, a la que tiene muchos, a la que desea ser empleada pero le cuesta asumir responsabilidades, a la que va a emprender su propia idea de negocio, a la que responde a estereotipos de belleza, a quienes se resisten a cumplirlos, a la que estudia mucho, a la que le gusta salir con sus amigas, a la que le gusta ir a la iglesia, a la que prefiere hacer su oración a solas desde casa; nos aleja de la idea que todas tenemos un motivo, algunas somos consciente de ello, otras aún no; lo importante es estar siempre en un estado de equilibrio de inteligencia emocional, siempre conscientes para apoyar a las demás para construir juntas.

Escrito por: Elsa Barrientos.